PROPUESTA

Después del trabajo de investigación realizado sobre la creación de la Real y Pontificia Universidad de México, me queda claro, que la educación siempre ha respondido a la realidad política, social y económica del momento. Pero más allá de eso, nos podemos dar cuenta como, en todo momento y en todo lugar ha existido una o algunas personas que analizan y se cuestionan sobre lo que se les trata de imponer, y entonces buscan respuestas a sus preguntas y dar soluciones a lo que identifican como una problemática, que quizá pueda ser circunstancial.

Históricamente siempre ha existido quién determine el rumbo de la educación en cualquier sociedad, por lo que nuestro país no ha sido la excepción, pero la historia nos debe ayudar a entender de qué manera se pueda modificar aquello que consideramos pueda ser mejorado.

Y no se trata de ser reaccionarios y querer transformar todo un sistema que como bien hemos podido darnos cuenta, se ha construido y transformado a través de los siglos, sino de reflexionar acerca de nuestro hacer y ser en la educación.

De una u otra manera todos somos protagonistas de una realidad educativa, y si bien es cierto que hoy la educación superior en nuestro país dista mucho de lo que solía ser en la Nueva España, y no me refiero únicamente a las cuestiones metodológicas, sino al hecho de que estar dentro de una institución de educación superior, ya sea como docente o alumno, implicaba además de un reconocimiento social, una gran responsabilidad por las exigencias académicas, en cada uno de nosotros está el darle un nuevo sentido.

La historia nos deja ver como la educación superior en nuestro país, en algún momento dejo de gestar grandes pensadores, para gestar grandes trabajadores, capacitados sí, pero inhabilitados para cuestionar, entender y modificar su realidad.

Enfrentamientos ideológicos siempre han existido y existirán, pero eso es precisamente lo que marca el devenir de cualquier sociedad, entonces no temamos a pensar y a expresar lo que pensamos, pero pensemos para actuar y no solo para hablar.

Los Colegios Universitarios


Las universidades de Hispanoamérica nos presentan matices y características distintas, en cuanto al tipo de fundación. Unas nacen pontificias, pero con necesaria aprobación real. Otras por el contrario son erigidas por la monarquía, para las que se pide luego la aprobación pontifica. Unas son fundaciones independientes de otra entidad. Otras tienen como base los conventos y colegios dominicos, agustinos y jesuitas, y los seminarios tridentinos. Algunas no fueron universidades en sentido pleno, sino academias universitarias, con facultad para graduar.

Por lo general, casi todas las universidades hispanoamericanas, sobre todo las mayores y oficiales, tuvieron el cuadro completo y tradicional de facultades las cuatro mayores (teología, cánones, leyes y medicina) y la menor de artes.

Las universidades hispanoamericanas, por lo general estuvieron abiertas a todos, tanto a los peninsulares como a los criollos y a los indios. Las autoridades del Nuevo Mundo consideraban al indio capaz de recibir una enseñanza superior, como los europeos, como se demostró en el colegio de los naturales de Santa Cruz Tlatelolco.

La vida universitaria


En los primeros años de la Universidad, la mayoría de los profesores formaban parte del clero, aunque con el paso del tiempo, la laicidad se aplicó y así los abogados comenzaron a destacar sobre todo en clases de Historia.

Los educadores seguían una loable costumbre que ha conservado la Escuela de Medicina, obtenían sus cátedras por oposición y para sostenerla, debían solicitarlo del Rector, entrgar unos apuntamientos sobre sus estudios, sus grados obtenidos y sus méritos, y si eran aceptados, enviarían a las 4 o 5 horas de sacado en suerte el tema, una disertación y conclusiones sobre él, conclusiones que se repartían entre los coopositores por si querían argumentar algo sobre ellas. Una “Junta de Votos” presidida por el Arzobispo, era la encargada de calificarla, se buscaba en los catedráticos se decía entonces, “letras, virtud, ciencia y experiencia.”

Formar parte del cuerpo docente significaba un gran honor y prestigio, pero también una gran responsabilidad. En los primeros años de la Universidad, los opositores daban á sus jueces fastuosas cenas y obsequios cuando se iba a decidir la cátedra, práctica que se elimino al tiempo, y una vez aprobada la oposición, pagaban determinados derechos.


Durante el Virreinato, el reglamento indicaba que, para ser estudiante universitario, se necesitaba, además de ser varón, no haber sido por ningún motivo sentenciados por el Santo Oficio, no ser descendientes de negros, mulato o chinos, y no tener nota de infamia.

Reformas universitarias: Constituciones del s. XVI y del s. XVII




Al momento de erigir la Universidad el rey, encomendó al virrey y a la Encomienda, proveer de todo lo necesario para la organización y puesta en marcha de la nueva institución.

El rey como patrono universal de la iglesia americana, podía haber puesto su universidad novohispana al cuidado de su arzobispo, pero en 1551 no existía aún una iglesia consolidada en Nueva España, pues las órdenes religiosas estaban volcadas a la evangelización de los naturales, mientras que los obispos tenían escaso poder y riqueza.
Es de presumir que en el primer año de la universidad rigieran las constituciones hechas por la Real Audiencia y el virrey, pues en el claustro de 30 de enero de 1554 se determina de manera explícita “que se guiasen por los estatutos de
Salamanca”.

Apenas abierta la Universidad, en junio de 1553, los doctores del claustro y la Audiencia, dictaron los primeros estatutos de la institución. En 1554, al arribo del arzobispo Montúfar comenzaron los conflictos. En la práctica, las normas de Salamanca dieron en todo tiempo el marco normativo de orden más general. Se trataba de normas no siempre aplicables par México, el carácter real de la institución, la hacía incompatible con la salmantina mucho más autónoma.

Al hallarse en manos de la Audiencia el control del claustro, los mecanismos para designar a los catedráticos y para acceder a los grados mayores, la Universidad no podía estabilizarse a modo de una institución con sus propios mecanismos de funcionamiento.

Pocos años después, Felipe II ordena nueva visita a la universidad para saber cómo marcha en cuanto a cátedras y rentas y si se observa lo mandado, en su insistencia constante para que se guarden los estatutos. La encomienda del arzobispo de México, don Pedro Moya de Contreras, antiguo escolar salmantino, por real cédula del 22 de mayo de 1583. Los nuevos estatutos, frutos de la visita, basados en la legislación anterior, fueron notificados en claustro 3 años después.

La bula de confirmación de la Universidad fue concedida por Clemente VII el 7 de octubre de 1595, si bien hay noticias de otra bula confirmatoria anterior.

Las dos visitas reformadoras más importantes del siglo XVII, son: la del virrey marqués de Cerralvo, realizada en 1626, logró también la elaboración de nuevos estatutos. La comisión los presentó y puso en vigor el 25 de octubre de 1626. Son más amplios que los de Farfán, los salmantinos y los del obispo Moya, intentos previos y fundamento para estos nuevos estatutos.

Pero la visita más importante del periodo y una de las de mayor trascendencia dentro de la etapa antigua de la historia universitaria fue la del obispo don Juan de Palafox y Mendoza. En carta reservada al rey le informa de los principales fallos de la universidad, que achaca de un modo especial a la multiplicidad de estatutos y a la inobeservancia y dispensa de los mismos, principalmente por parte de los virreyes.

Palafox se dio a la tarea, tantas veces intentada por el claustro, de recopilar los estatutos más convenientes, junto con las adiciones necesarias, en un cuerpo unitario y definido, basado en el modelo salmantino y en la experiencia centenaria de la mexicana.
El rey confirmó las constituciones y mandó que se observaran con las modificaciones del consejo. En el pleno del 14 de octubre de 1645, fueron aprobadas por mayoría de votos.

Fundación de la Universidad







El establecimiento de centros de educación o, en particular, de una universidad o e estudios generales, como también se le llamaba a estas instituciones, fue un anhelo desde los primeros años posteriores a los hechos armados que llevaron a la conquista de Tenochtitlan.

En este sentido, podemos hablar de Rodrigo de Albornoz, quien escribía al emperador Carlos V una carta con fecha de 15 de diciembre de 1525 en la que solicitaba un colegio para enseñar a "leer, gramática, filosofía y otras artes..."

Poco tiempo después, el franciscano Juan de Zumárraga (1525-1548) obispo de México, se sumó a las voces que pedían un establecimiento educativo. En un memorial dirigido al Consejo de Indias a finales de 1533, solicitaba, entre otras cosas, algunos preceptores de gramática con el fin de emprender la parte educativa en las nuevas tierras conquistadas. La sociedad cristiana que se pretendía trazar sobre una civilización pagana, según lo entendía el obispo, exigía la fundación de instituciones que sirvieran de base para la obra que apenas se emprendía. Con esta idea, el citado obispo volvió a insistir en 1537 sobre el mismo asunto, pero especificando su deseo por una universidad. En efecto, en las instrucciones dadas a los procuradores enviados en su representación al Concilio de Trento, señalaba en el apartado siete:

“que considerado cuan convenible y aun necesaria cosa es la doctrina en estas partes a donde la fe nuevamente se predica y por consiguiente los errores son muy más dañosos, y donde cada día resultan más dudas y dificultades y no hay universidad de letras a donde recurrir y las de esas partes están tan distantes... “

Por tanto, el obispo suplicaba- a S. M, mande en todo caso establecer y fundar en
esta gran ciudad de México una universidad en la que se lean todas las facultades que se suelen leer en las otras universidades y enseñar, y sobre todo, artes y teología, pues de ello hay más necesidad.

Resulta también interesante destacar la labor del Cabildo de la ciudad de México para lograr la fundación de una universidad. Por medio de una serie de capítulos, once para ser precisos, en 1539 se hicieron algunas peticiones al monarca en favor de la ciudad; estas fueron apoyadas y presentadas por el mismo virrey Antonio de Mendoza. En el séptimo capítulo se hacía mención sobre la necesidad de fundar una universidad.

El Cabildo deseaba que la población de la ciudad pudiera gozar de todos los beneficios que la civilización y la cultura proporcionaba en España. Las razones dadas por el virrey, en apoyo a la petición del Cabildo, se resumían en tres: para que los españoles no tuviesen que mandar a sus hijos a España, con gran riesgo de sus vidas tanto en Veracruz como en alta mar; porque en España olvidarían la lengua; y finalmente, porque ya existían la preparación de muchos gramáticos españoles, del Colegio de los Indios y de los novicios en los monasterios, los cuales estaban en peligro de perderse por no haber quien les enseñara

Fundación, ejecución e inicio de las clases

El 21 de septiembre de 1551 Felipe II, en su calidad de regente, concedía, en nombre de Carlos V, la real cédula, firmada en la ciudad de Toro, para la fundación de una universidad como plantel de todas las ciencias, donde "naturales
y los hijos de los españoles fuesen instruidos en las cosas de la santa fe católica y en las demás facultades..." . Cabe señalar, que esta misma real cédula sirvió para la fundación de la Universidad de Lima, aunque en este último caso, el proceso fue más expedito y de menor tiempo. La ejecución de la cédula anterior se realizó hasta el 25 enero 1553, fiesta de la conversión de San Pablo, quien fue asumido como patrono de la institución. Esta fecha quedó grabada en la Universidad de México como la más importante para celebrar, según leemos en los acuerdos del claustro del 19 de agosto de 1572, donde al quedar sancionados los nuevos estatutos, quedó consignado en el primer capítulo lo siguiente:
...Al tiempo de su fundación tomó por patrón abogado al glorioso apóstol San Pablo por lo que ese día se conmemoraría la fiesta suspendiendo las lecciones; y que por ser el Rey fundador se tomaría al virrey por protector.


La costumbre en el mundo occidental era que las universidades llevaran el sello eclesiástico y canónico. Tenían que ser aprobadas por el papa para la validez de los grados, en gran parte eclesiásticos. Sin embargo, según las Leyes de las Siete Partidas de Alfonso el Sabio, en el título XXXI de la Seguna Partida que habla de los "estudios y saberes", establecía que estos centros de estudios podían ser fundados por mandato del Papa o del Emperador. En el caso de la Universidad de México la bula no llegó al mismo tiempo que la real cédula. La fundación fue avalada por la corte española. Se supone por inferencia que dicha bula fue impetrada por el Emperador y ésta fue concedida. Lo anterior, puede constatarse con los siguientes hechos. En el Claustro del 29 de mayo de 1598 se recibieron noticias del procurador de la universidad en España, Juan de Castilla, de las diversas cédulas reales y de "un traslado de la bula de su Santidad". Este informe de Juan de Castilla respondía a una solicitud del claustro de profesores para conocer el paradero de esos documentos.
Resulta curioso que la famosa bula no se conservara o por lo menos no se encontrara en los archivos de la universidad. Pero llama la atención, aún más, el hecho de que ochenta y dos años después, el mismo Consejo de Indias por la cédula real del 26 de septiembre de 1686, haya pedido al claustro de profesores copias de las cédulas y bulas de fundación de la universidad. El punto es que el claustro de la universidad se cuestionó sobre la existencia de la bula pontificia que confirmaba la fundación concedida por la corte española. En este sentido, ante el claustro reunido el 19 de diciembre del mismo año, el rector Manuel Escalante y
Mendoza comunicaba al Consejo de Indias, en respuesta a su solicitud, que se había encontrado un fragmento que a la letra decía:

La Real universidad fundada por bula de 1555; 1595 siete de octubre con los privilegios de Salamanca por cédula de veinte y uno de mayo de mil quinientos y cincuenta y cinco con las gracias y preeminencias de la de Lima...

LA REAL Y PONTIFICIA UNIVERSIDAD DE MÉXICO




Antecedentes de la fundación de la Universidad: Salamanca y Alcalá.

Desde los primeros años que siguieron a la Conquista se notó que tanto los criollos como los mestizos y los indios tenían notables disposiciones para ilustrarse y adquirir conocimientos aun de materias superiores. Debido a esto, el Ayuntamiento de la ciudad de México, los prelados de las órdenes religiosas y, sobre todo, las reiteradas peticiones del primer virrey de Nueva España, don Antonio de Mendoza, que tanto se esforzó por la ilustración y el engrandecimiento de la colonia encomendada a su cuidado, consiguieron que el emperador Semper Augusto, Carlos V expidiera la cédula de fundación de la Universidad, que fue sin duda alguna la más importante del continente americano.

El término universidad se empleó tardíamente en la Edad Media, toda vez, que a ésta institución primeramente se la denominó studium generale , lugar en donde se reunían los estudiantes de distintos países y además representaba una institución de enseñanza superior para la teología, el derecho, las medicinas y las artes.
Naturalmente, los primeros maestros de las universidades medievales egresaron de los collegia scholastica; fueron sacerdotes y monjes, que necesitaron de la licencia docendi, expedida por el maestro-escuela de la catedral, para poder enseñar.
Y así tenemos que las universidades de Bolonia, París y Oxford- fueron las más importantes de la Edad Media- fundadas alrededor de los siglos XII y XIII, además se constituyeron en el prototipo para la creación y ulterior desenvolvimiento del resto de las universidades europeas.

Por último, cabe destacar, que la Universidad de Salamanca si bien es cierto que no es la más antigua, si es la más importante de la Península Ibérica, la cual se fundó en 1218 por Alfonso IX de León; además, esta Universidad sirvió de modelo para la universidad mexicana.

Las universidades estaban organizadas académicamente con base en facultades. La palabra “facultad” en su sentido de cuerpo de profesores y estudiantes consagrados a la enseñanza de una rama de los conocimientos humanos.

Cuatro facultades comprendía la universidad plenamente integrada: teología, derecho, medicina y artes. Un jefe común, elegido periódicamente, llevaba el título de rector.

En España, la primera universidad fue la de Palencia, fundada en 1212. A don Alfonso VIII, rey de Castilla, sabiamente aconsejado por el obispo Tello Téllez de Meneses le cabe tamaña honra. Después se erigieron las universidades de Salamanca, Alcalá, Valencia y Sevilla.

De todas ellas, la de Salamanca, fundada también en el siglo XIII, llegó a ser la más importante. Fue llamada la Atenas de España, y con el tiempo llegó a tener 86 catedráticos y 7,000 estudiantes. Su fama fue internacional. La universidad salmantina resolvía cuestiones científicas, políticas y religiosas a pontífices y reyes. Muchos de sus profesores fueron llamados a otras universidades o a tomar asiento en concilios y asambleas de hombres doctos.

El siglo XVI es el periodo áureo en la historia de la Universidad de
Salamanca, que se convierte en el cerebro de la nación, en un centro de irradiación, faro luminoso y Alma Mater de la cultura hispánica. La universidad esparce su luz, es consultada por papas y reyes.

La fundación de los colegios universitarios en Salamanca, tanto religiosos como seculares, tiene también en este siglo su etapa más fecunda y floreciente, en la que se consolidan los anteriores y se fundan numerosos.

Con la colaboración e impulso de la Universidad de Salamanca se van realizando también las mejores empresas de España, entre otras: Antonio de Nebrija, célebre maestro, elabora la primera gramática de nuestra lengua, en 1492. El descubrimiento de América encuentra protección y orientación en –salamanca, y el nuevo continente los mejores defensores del indio, de sus derechos e intereses. El Renacimiento logra un perfil hispánico definido y la imprenta alcanza una gran difusión. Con su famosa escuela de teólogos españoles es el principal baluarte de la restauración escolástica. A su calor y en contacto con los nuevos problemas planteados por la obra evangelizadora de América, el derecho internacional se perfila y estructura. En Trento es fecunda y memorable su presencia.

Salamanca fue la Universidad más dignamente representada en este concilio clave, signo de su impulso trascendental y de su cultura cristiana en esta etapa de la modernidad. Fue también el siglo de la plenitud de su proyección en Hispanoamérica, que conoció las facetas más destacadas de este fenómeno de proyección académica, singular en la historia, y que produjo una asombrosa floración de universidades hijas en ultramar, fundadas a su imagen, lo que viene a ser como la gran “epopeya”, que la Universidad graba en su escudo, en la cumbre de su plenitud académica, es gráfica expresión de la realidad.

Aunque ya desde 1293, Alcalá contaba con un Estudio General aprobado por el Rey Sancho IV, la Universidad de Alcalá fue fundada por el Regente de España, el Cardenal Cisneros, en 1499 como proyecto educativo absolutamente novedoso. En él se conciliaban los mejores modelos de la tradición de entonces-París y Salamanca_ con aquellos otros más innovadores como Bolonia y Lovaina. El Cardenal Cisneros quiso que esta Universidad, que nacía con la edad Moderna como avanzada en España de las corrientes renacentistas y humanistas de Europa, fuera el crisol donde se educara no sólo el clero regular y secular dispuesto a afrontar la reforma eclesiástica, sino también los nuevos funcionarios competentes que necesitaban los reinos de España. El éxito de aquella empresa hizo que Alcalá se convirtiera en la sede de una aristocracia universitaria que hizo posible nuestro Siglo de Oro.
Durante los siglos XVI y XVII, la Universidad de Alcalá se convirtió en el gran centro de excelencia académica: en sus aulas enseñaron y estudiaron grandes maestros como Nebrija, Tomás de Villanueva, Ginés de Sepúlveda, Ignacio de Loyola, Domingo de Soto, Ambrosio de Morales, Arias Montano, Juan de Mariana, Francisco Vallés de Covarrubias, Juan de la Cruz, Lope de Vega, Quevedo, etc. El prestigio de sus estudios así como de sus maestros la convirtió muy pronto en el modelo sobre el que se constituyeron las nuevas Universidades en América.


El siglo XVIII, sobre todo en el último tercio, fue especialmente crítico para los estudios universitarios en España, ya que se vieron sometidos a reformas transcendentales en sus métodos de enseñanza. Sin embargo, es en ese período cuando Melchor de Jovellanos llega a la Universidad.